
Hacia frió, mucho frió. El papel diario cumplía su doble función, combustible y abrigo, una dulce adición. Acostumbrado a la obscuridad, mis ojos se irritaban con el fuego. Una solitaria lágrima salio de uno de ellos...
Hacía años que nadie me visitaba, quizás siglos. De todas maneras, así me gustaba mas, era preferibles pocos diamantes a mucha basura.
El sonido de la madera ardiendo me hipnotisaba...el calor me abrumaba....Mi reloj marco las doce, era la hora ya. Entonces sucedió. La puerta vieja cedió, un hombre flaco y desteñido se abrió paso lentamente en mi habitación. Llevaba un un viejo libro con el. Su mirada...penetrante, determinada.No alcance a saludarlo, cuando otro sujeto entro, este muy formal y vestido de ejecutivo. Sin embargo, había algo en sus ojos que me llamaba la atención. Un color distinto...un color profundo y verdadero...un color puro y sincero. Ambos estaban asustados, aterrados.Los invite a ambos al fuego, los hice conocerse y conversar. A pesar de sus semejanzas, tenían diferencias...uno un tanto mas joven, mas loco; el otro mas sabio.
Con el tiempo los fui conociendo, comprendí lo que soñaban y lo que pensaban, sentí lo que sentían.
Pasaron 3 años, 3 siglos. Ellos entendieron quien era yo, entendieron quienes eran ellos. Estaban listos. El del libro se despidió y se fue, no sin antes decirle al otro "Yo lo conozco a usted". El viejo lo miró, se pausó, y con un tono muy sabio, respondió "Usted me conoce muy bien, usted se conoce a usted".
Así terminó mi segundo de dulce amistad. Luego, volví a la amarga soledad. Otra eternidad de espera me aguardaba. Prendí un cigarro, tome mas papel diario. Una siesta era lo indicado.
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